Entre los cinco y seis años de edad, mi familia y yo tuvimos un accidente automovilístico en el cual me lastime la frente al darme un fuerte golpe con el parabrisas, generando una cicatriz que atraviesa gran parte de ella y que aún conservo. Más allá del evento traumático, y sin entrar en tantos detalles, comparto este suceso personal con un propósito: lograr transmitir de mejor manera, con base en mi experiencia, el concepto personal de dolor, sufrimiento y sanación.
La herida a nivel físico dolió demasiado algunas horas y también se generó dolor emocional durante algún tiempo. Sin embargo, dicho suceso se fue asimilando y sanando, y la cicatriz termino por formar parte mi rostro.
Seguramente has escuchado la frase, atribuida a Buda o Albert Einstein que reza: "El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional". Mas allá del analizar la profundidad, certeza o falsedad que engloba esta oración, quiero emplearla para explicar lo siguiente: pude haber elegido quedarme estancada en el sufrimiento por dicho suceso, intentar borrar la cicatriz para no recordar, permitir que el parloteo mental me hundiera una y otra vez en el victimismo. Sin embargo, cada vez que me doy el tiempo de observar mi cicatriz frente al espejo, tocarla con mi mano, puedo rememorar dicho suceso, pero la piel ya no duele, recordar la experiencia, pero sin sufrimiento ni agonía.
De entre los infinitos y variables caminos de sanación que existen y han existido, el camino de las plantas maestras o sagradas, te brindan la opción, si tú te lo permites, de trascender las experiencias o situaciones de dolor que se han generado a lo largo de tu vida e incluso agradecer por ellas. Discernir que, en el centro de tu ser, en tu esencia divina, en realidad no hay nada que sanar.
Una pequeña y sencilla practica que puedes incorporar a tu vida cotidiana, es repetir, cada vez que el parloteo mental te encierre en el circulo vicioso del sufrimiento, la siguiente frase: “Agradezco mi pasado, aprendo la lección y lo dejo ir”.